La calidez y la frialdad atienden a sensaciones térmicas. Los colores, de alguna manera, nos pueden llegar a transmitir estas sensaciones.
Pensemos en un caluroso día de verano. La luz que se proyecta sobre las cosas tiene unos matices ocres, rojizos, amarillentos. Estos colores nos evocan el calor.
Pensemos en un frío día de invierno. Los colores grises, azulados y tonos pálidos nos recuerdan el frío.
De esta manera podemos identificar los colores que nos sugieren una u otra sensación. También a la hora de mezclarlos podemos conseguir estas sensaciones. Dos colores "calientes" mezclados entre sí producirán una sensación cálida. Lo mismo ocurrirá con los colores fríos. Pero también podemos "calentar" o "enfriar" un color combinándolo con uno del tipo contrario. El color azul puede ser "calentado" añadiendo tonos rojizos y ocres para hacer las sombras y las luces. Podemos "enfriar" el rojo añadiendo azules y grises. La mejor forma de observar esto es con la práctica.
Cuando empecemos a pintar una figura no estaría de más que pensáramos que sensación queremos transmitir con ella. ¿Queremos que predominen los tonos fríos o los calientes? ¿Una combinación de ambos es lo mejor? Evidentemente la ambientación y la figura en muchos casos nos "pedirá" una cosa u otra. Si vamos a pintar un indio parece lógico pensar que los tonos cálidos pueden ser los que predominen. Si es un guerrero medieval del norte de Europa los tonos fríos pueden ser los más adecuados.
En muchos casos estos aspectos no hay ni que pensarlos. Inconscientemente decidimos los colores dejándonos llevar por el más puro sentido común y por la práctica. Pero si alguien no lo tiene claro no está de más que se dé una pensada: el resultado estará menos sujeto a la improvisación.